Lo que un árbol podrido puede albergar...
Soy estudiante de primer curso del Grado Superior de Gestión Forestal y del Medio Natural del Instituto de Nuestra Señora de Bótoa, en Badajoz.
En la mañana del 23 de abril, nuestro trabajo en la práctica del Módulo de Aprovechamientos forestales consistía en el apeo de una palmera afectada de picudo. Una vez en el suelo, presenciamos un suceso inesperado: unos polluelos quedaban al abrigo del cogollo putrefacto de lo que quedaba de la palmera.
Nos apresuramos a sacarlos de ahí, resguardándolos en una caja de cartón que luego , a la salida de clase, llevaríamos al veterinario de la Clínica Ciudad de Badajoz. Por fortuna, esta clínica colabora con AMUS, una organización que se dedica al rescate de animales, su cuidado y posterior liberación. Seguiremos en contacto con ellos para conocer el final de nuestra historia.
Aparentemente este sería todo el proceso, una mera anécdota. Al menos a simple vista.
Pero observando más detalladamente, se puede apreciar, quizás, una moraleja que subyace a toda ella: las dos caras de la intervención humana. Esto lleva a una pequeña reflexión sobre como debemos actuar cuando interactuamos con un ente vivo que es la Naturaleza, comprobando como lo que en un primer momento se cree que es una intervención positiva, puede en ocasiones llevar aparejado un daño oculto que la mayor parte de las veces, me atrevo a afirmar, pasa desapercibido, camuflado por el bien principal que se ha llevado a cabo.
Y tras este breve inciso reflexivo... la historia no acaba, más allá, si siquiera empieza.
Lo anteriormente narrado sólo puede considerarse como un breve prólogo de la historia de esos polluelos. Otra historia comenzará tras su puesta en libertad y que probablemente nunca conozcamos del todo. Pero esperemos que sea plena.
Escrito por Francisco Javier Chacón Manzano. Mayo de 2024.